Tiempo de cierres y
nuevos comienzos. En eso está hoy mi vida. Después de un ajetreado “regreso a
la vida”, que vino de la mano con la recuperación de mi energía, mi cuerpo me
pidió un tiempo de descanso. Y debo reconocer que no me gustó mucho la idea en
un comienzo, pero como aprendí la lección (o eso espero) de que hay que escuchar al cuerpo, me di
licencia para descansar y detenerme, y sentir mi cansancio. Y pucha que fue
provechoso…
Cada vez me convenzo
más de que la verdad se encuentra en el
silencio (detenerse, estar con uno mismo), porque nos permite conectar con el
alma, tomar conciencia de lo que sentimos, de lo que nos pasa, y este es el
primer paso para la transmutación. No importa lo que descubramos en este
silencio; no importa si nos damos cuenta de que tenemos rabia, pena,
frustración, angustia o lo que sea que nos cause dolor o que en nuestro
imaginario colectivo sea catalogado como “una emoción mala”, porque las emociones no son buenas ni malas,
simplemente son, y no por evadirlas desaparecen, sino que muy por el contrario,
crecen y nos enferman. La única forma de transmutarlas es mirarlas, con coraje
y valentía, y abrazarlas con amor. Cuando tomas la decisión de enfrentar-te,
de mirar-te, de escuchar-te, el Universo te ayuda; las señales son claras y las
sincronías mágicas. Solo debes confiar y mirar. El segundo paso es hacerte cargo; la sanación no es un acontecimiento
pasivo, requiere acción. Y una vez más la vida me lo confirmó.
El detenerme, el ir
hacia adentro, me permitió, en primera instancia, tomar conciencia de que algo
no andaba bien; había algo que me estaba molestando y que provocaba mi
cansancio, pero no sabía qué. Pedí ayuda al Universo y, por supuesto, la
recibí. No dejo de asombrarme de las maravillosas sincronías de la vida; es
increíble como todo se ordena y los caminos se abren cuando algo tiene que ser
y, por el contrario, como la vida nos pone obstáculos cuando algo simplemente
no tiene que ser. Por eso tenemos que
aprender a fluir con la vida; no obstinarnos en lo que creemos que es mejor para
nosotros y aceptar en cambio lo que vida nos ofrece, porque siempre, siempre, es
lo mejor, aunque no lo veamos en ese momento.
Y bueno, una vez que
vi, vino el segundo paso: hacerme cargo. Y el Universo me tiro tremenda mano;
acontecimientos externos, absolutamente ajenos a mí, cambiaron mis planes y los
de los involucrados, haciendo surgir la oportunidad perfecta para que yo me
hiciera cargo. Y como sólo tenemos el
presente (otra de las lecciones que aprendí y espero nunca se me olvide),
no deje pasar la oportunidad y sin pensarlo dos veces hice lo que tenía que
hacer. Siempre me pasa que una vez que hago y enfrento aquello que me asusta,
el miedo desaparece; y me doi cuenta de que era mucho más fácil de lo que imaginaba,
y que los sustos no eran nada más que fantasmas de mi mente que no me dejaban
avanzar. Por eso, mi nueva política de vida es enfrentar HOY.
El cáncer, mi gran
maestro, me permitió tomar conciencia de lo que estaba haciendo mal en mi vida,
y que fue lo que finalmente me enfermó; y la vida me dio una segunda
oportunidad para remediarlo, y la estoy aprovechando. Todos venimos a esta vida con un propósito, hay un camino trazado para que
nuestra alma pueda evolucionar, pero somos libres de elegir como vivirlo, y de
esto depende que esa evolución se lleve a cabo. La vida intenta mostrarnos
una y otra vez cuál es ese propósito, y si no nos alcanza esta vida seguirá en
la próxima, y así, hasta que lo veamos. De esta manera es nuestra alma la que
elige a nuestros padres, nuestros hermanos, nuestras circunstancias de vida,
porque son los maestros que nos ayudarán a descubrir este propósito y a
evolucionar. Así por lo menos yo entiendo la vida.
Nuestras mayores heridas
se forman en la infancia y condicionan nuestro comportamiento futuro. Sin embargo,
somos libres de elegir como enfrentar
nuestras circunstancias de vida, nuestro camino; y una vez que alcanzamos la
madurez espiritual tenemos la oportunidad de cambiar aquellos comportamientos
que no nos gustan, romper con viejos patrones, y sanar. Cada uno debe
descubrir qué es lo que necesita para llevar a cabo su sanación, pero sin duda siempre debemos sacar afuera aquello que
nos duele, para limpiar y dar espacio a lo nuevo.
Entendiendo esto di el
paso final en este hito de sanación y les mostré a mis padres, por primera vez,
mis heridas. Y fue inmensamente sanador, para todos. Esta revelación no fue en
tono de reproche, en ningún caso, tuvo el simple propósito de sacar fuera
aquello que me había envenenado y mostrar quien soy; y como todo en la vida es
circular, sé que aquello que les comuniqué también les dará a ellos la oportunidad de sanar sus almas, ya que todos somos un espejo. Cuando te guardas algo y no comunicas,
rompes con este círculo, detienes el flujo de la vida…
Además, sincrónicamente
un día después, el Universo me mandó la señal que necesitaba para entender que
tenía que terminar con una relación que había construido a partir de un viejo
patrón de comportamiento que había construido a partir de mi herida, y que me
lo estaba reflejando uno de los grandes maestros de mi vida. Y así, le comuniqué
lo que sentía con la claridad que ameritaba la situación, sin disfraces, soltando
aquello que no quiero para mi vida. Nada de esto puede ser casualidad. Son las
sincronías de la vida.
…la música, como nos habla <3